Norma Madero
La tarde del domingo 5 de febrero, día de la Constitución, justo cuando
la noche caía sobre Quintana Roo, se daba la voz de alerta: Luces del Siglo
era suplantada por una revista apócrifa. Se gestaba así uno de los peores
atentados a la libertad de expresión.
Desde las penumbras de los poderes fácticos partió la orden. Los
sicarios la acataron y entraron en acción. El plan seguramente les llevó tiempo:
¿meses, semanas, días? Un hecho insólito estaba por consumarse.
Para llevar a cabo el libelo se contó con recursos económicos y una
importante infraestructura, de equipo y personal. Todo con un propósito: dañar
la reputación de un medio de comunicación que se ha ganado a pulso el mayor
patrimonio al que puede aspirar un editor y un periodista: credibilidad. Algo
que no se puede destruir ni con todo el poder político y ni con todo el dinero.
En medio de la perversidad dejaron huellas y alguna que otra obviedad.
Así ocurre con los criminales cuando cometen un delito. No hay crimen perfecto.
Tenemos indicios, pero apelamos a la ley y al Estado de Derecho. Confiamos en
la justicia.
A lo largo y ancho del estado los mercenarios actuaron con cinismo.
Usurparon una falsa identidad. Se uniformaron con camisetas para ostentarse
como personal de la revista. Nada más falso. Así suelen hacerlo los sicarios
cuando suplantan a los policías y militares que en aras de combatir el crimen,
ofrendan su vida. Estamos hablando de verdaderos criminales. ¿Quiénes si
no fueron unos cobardes criminales los que cometieron el ataque burdo y ruin
contra una publicación que cada día gana lectores por la calidad de su
información?
Decir la verdad cuesta.
El móvil es más que evidente. Muchas son las preguntas en torno a esta acción
criminal, hasta ahora no hay respuestas. Lo cierto es que del mismo modo como
se dice que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, podría extenderse
el argumento hasta probar que las sociedades labran para sí mismas su propia
clase de profesiones, oficios y prácticas que más influyen en el desarrollo de
la propia sociedad. Y son pocas las actividades más determinantes en este
aspecto que el periodismo.
Estamos conscientes del papel que nos corresponde y hoy somos víctimas
de un caso paradigmático para la libertad de expresión en México. No es una
falsa pretensión, es un hecho irrefutable y sin precedentes: la revista Luces
del Siglo sufrió un atentado inusitado al suplantarse su edición 438,
correspondiente del 5 al 11 de febrero, es decir, se recurrió a un nuevo método
de represión: editar una revista apócrifa, lo que representa una modalidad
todavía más sutil de atacar la libertad de expresión: suplantar publicaciones.
Cuál es el motivo que subyace detrás de todo esto: lo desconocemos. Lo
que sí es cierto es que se trató de un acto planeado y orquestado desde las
penumbras.
Qué motivó este hecho, cuáles fueron sus causas, es lo que nos
preguntamos y por eso decidimos denunciar estos hechos ante las instancias
correspondientes.
Del mismo modo que exigimos a las autoridades del estado de Quintana Roo,
y a las del gobierno federal les exhortamos, a realizar una investigación
exhaustiva para castigar a los culpables. Un acto de tal gravedad no puede ni
debe quedar impune. Exigimos castigo a los culpables.
El atentado a la revista Luces del Siglo no sólo violentó
nuestros derechos humanos, la edición apócrifa incurre en la violación flagrante
de la Ley de Imprenta, los derechos de autor, la usurpación de los bienes
materiales, los derechos de propiedad industrial, la suplantación de identidad,
entre otros delitos sancionados por las leyes mexicanas, pero sobre todo, es un
acto criminal, que insistimos, no debe quedar impune, a sabiendas de que se
corre el riego de incurrir en la omisión y la complicidad.
Esta nueva modalidad de atacar a la libertad de expresión en nuestro
país merece nuestra condena; hoy somos nosotros, mañana puede ser cualquier
medio la víctima de esta nueva modalidad de represión y censura.
Para llevar a cabo un acto de esta naturaleza criminal se necesitó
contar con toda una estructura organizacional.
Es así que los perpetradores de este burdo y criminal atentado
dispusieron de un contingente inusitado de “repartidores” en una maniobra que
requirió de una planeación y recursos ilícitos sospechosos, pues la
distribución de la revista abarcó todo el estado de Quintana Roo.
Estos hechos no tienen
precedente, por lo que desde estas páginas nos dirigimos una vez más a nuestros
lectores y la opinión pública para que no caigan en un engaño, al mismo tiempo
que rechazamos categóricamente la información difundida en las páginas
apócrifas que agravian a nuestros reporteros y colaboradores al suplantarse
la identidad al atribuirles la autoría de información falsa y ajena a la
verdad.
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