lunes, 13 de febrero de 2012

EDITORIAL


¿Ahora qué sigue?
 Quienes conspiraron desde la oscuridad en contra de Luces del Siglo ya pueden estar satisfechos, pasarán a la historia como sicarios de la libertad de expresión. Expertos en la amenaza solapada y hábiles en la intimidación, los autores del libelo que incurrieron en la edición de una revista apócrifa, no sólo actuaron con la vileza que caracteriza a los mercenarios, es seguro que quienes consintieron y solaparon esta canallada los alcance algún hedor. A los que conformamos Luces del Siglo no nos llega el olor de la calumnia o su hermana menor, la difamación de las lenguas envenenadas.
La agresión y la difamación son síntomas patológicos de las mentalidades fascistas. A ellos les recordamos que la libertad de expresión no sólo es un derecho humano básico, constitucional, sino que les reiteramos que la esencia de todas las libertades es la libertad de expresión.
La libertad de expresión es un derecho fundamental: inherente y necesario a la naturaleza humana, es un catalizador de voluntades y un mecanismo represor de violencias físicas. Los medios, por lo tanto, son un puente entre gobernantes y gobernados, y se convierten en el soporte para el engrandecimiento y fortalecimiento de la democracia, y conscientes estamos de que es un recurso invaluable para promover la paz a través de la comunicación fundada, responsable, respetuosa, justa y tolerante. A esos principios éticos responde la política editorial de Luces del Siglo, lo cual no significa que claudicará en su visión crítica.
La libertad de expresión es uno de los bienes más preciados de la humanidad. La Constitución francesa de 1791 fue la primera en incorporar este derecho (Artículo 11): “La libre comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; en consecuencia, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, a trueque de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”.
Estos principios fueron asumidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que es un documento declarativo adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A (III), el 10 de diciembre de 1948 en París, que recoge en sus 30 artículos los derechos humanos considerados básicos, así refiere en los artículos 18 y 19 que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
La Constitución mexicana ratifica estos principios y compromisos en el artículo 6o. que contiene la libertad fundamental de expresión de las ideas en los siguientes términos:
“La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado”.
Una regulación muy diferente se encuentra, por ejemplo, en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que establece que: "El Congreso no hará ley alguna... que coarte la libertad de palabra o de imprenta...".
En virtud de que la libertad de expresión está incorporada en varios tratados internacionales de derechos humanos que son derecho vigente en México, la obligación de respetarla debe entenderse que se extiende a los poderes del Estado.
La libertad de expresión es lo que permite la creación de la opinión pública, esencial para darle contenido a varios principios del Estado constitucional, como lo son algunos derechos fundamentales (por ejemplo el derecho a la información, el derecho de petición o los derechos en materia de participación política); la existencia de una opinión pública libre y robusta también es una condición para el funcionamiento de la democracia representativa.
Los autores intelectuales y los autores materiales, quienes incurrieron en el atentado a Luces del Siglo, pasaron por alto estos principios que son sancionados por las leyes. La impunidad y la omisión, por lo tanto, hacen cómplices a quienes tienen la responsabilidad de acatar estas disposiciones.
Ya es tiempo de que abiertamente se diga que la sociedad no tiene por qué apoyar a periodistas que han desertado de sus deberes esenciales y de sus compromisos frente a la misma sociedad, cuya inteligencia ofenden con un producto generalmente de baja calidad ética, y cuyo sentido de justicia violentan con la calumnia, la injuria, la extorsión y la grosera alabanza bajo estipendio.
En los medios de comunicación es donde verdaderamente se protege o se acrecienta la libertad de prensa o donde se le falsifica, se le disminuye o se le niega. Nuestra única justificación está en participar, con aptitud y entrega, en la tarea de construir la nueva sociedad civil a la que debemos encaminarnos todos, so pena de producir, a plazo dramáticamente cercano, una crisis nacional, con dimensiones de catástrofe histórica.
La historia no nos dejará mentir, hay casos emblemáticos que han sacudido al país cuando la libertad de expresión se pone en riesgo. Primero se mutilan las palabras, después se mutilan las personas. Aquí ahora, recordamos y rendimos homenaje a uno de los próceres de la libertad de expresión, Don Belisario Domínguez y su magnífico discurso del 17 de septiembre de 1913, que le costó la vida, y a quien el usurpador Victoriano Huerta ordenó a sus esbirros cortar la lengua al cadáver para guardarlo como un "trofeo".
Estas prácticas abominables son manejadas por grupos fascistas en los peores Estados autoritarios, en las dictaduras. Desde aquí alertamos a la opinión pública para que no permita que los ataques a los medios de comunicación se conviertan en un problema de salud pública, en una segunda naturaleza.
Por todo lo anterior, desde estas páginas nos dirigimos a nuestros lectores y apelamos a la solidaridad de los medios. Hemos sido víctimas del asedio y de una campaña recurrente de denostaciones, han atacado nuestro sitio en internet y lo insólito: falsificar nuestra publicación suplantando la identidad de nuestros colaboradores y editores. Esta bajeza no debe quedar impune. Hoy somos las víctimas de estos abusos inauditos y criminales, como ha ocurrido con otros medios de Quintana Roo, por eso recordamos las palabras del poeta y pastor protestante encarcelado en la época nazi Martin Niemöller (achacadas erróneamente a Bertolt Brecht):
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada".
Por fortuna los periodistas tenemos el azar de nuestro lado: tarde o temprano todo se sabe. En Luces del Siglo sólo nos resta preguntar: ¿Ahora qué sigue?

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