¿Ahora qué sigue?
Quienes conspiraron desde la oscuridad en
contra de Luces del Siglo ya pueden estar satisfechos, pasarán a
la historia como sicarios de la libertad de expresión. Expertos en la amenaza
solapada y hábiles en la intimidación, los autores del libelo que incurrieron
en la edición de una revista apócrifa, no sólo actuaron con la vileza que
caracteriza a los mercenarios, es seguro que quienes consintieron y solaparon
esta canallada los alcance algún hedor. A los que conformamos Luces del
Siglo no nos llega el olor de la calumnia o su hermana menor, la
difamación de las lenguas envenenadas.
La agresión y la difamación son síntomas
patológicos de las mentalidades fascistas. A ellos les recordamos que la
libertad de expresión no sólo es un derecho humano básico, constitucional, sino
que les reiteramos que la esencia de todas las libertades es la libertad de
expresión.
La libertad de expresión es un
derecho fundamental: inherente y necesario a la naturaleza humana, es un
catalizador de voluntades y un mecanismo represor de violencias físicas. Los
medios, por lo tanto, son un puente entre gobernantes y gobernados, y se
convierten en el soporte para el engrandecimiento y fortalecimiento de la
democracia, y conscientes estamos de que es un recurso invaluable para promover
la paz a través de la comunicación fundada, responsable, respetuosa, justa y
tolerante. A esos principios éticos responde la política editorial de Luces
del Siglo, lo cual no significa que claudicará en su visión crítica.
La libertad de expresión es uno
de los bienes más preciados de la humanidad. La Constitución francesa de 1791
fue la primera en incorporar este derecho (Artículo 11): “La libre comunicación
de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre;
en consecuencia, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, a
trueque de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por
la ley”.
Estos principios fueron
asumidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que es un
documento declarativo adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas
en su Resolución 217 A (III), el 10 de diciembre de 1948 en París, que recoge
en sus 30 artículos los derechos humanos considerados básicos, así refiere en
los artículos 18 y 19 que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de
sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
La Constitución mexicana
ratifica estos principios y compromisos en el artículo 6o. que contiene la
libertad fundamental de expresión de las ideas en los siguientes términos:
“La manifestación de las ideas
no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el
caso de que ataque a la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito
o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por
el Estado”.
Una regulación muy diferente se
encuentra, por ejemplo, en la Primera Enmienda de la Constitución de los
Estados Unidos, que establece que: "El Congreso no hará ley alguna... que
coarte la libertad de palabra o de imprenta...".
En virtud de que la libertad de
expresión está incorporada en varios tratados internacionales de derechos
humanos que son derecho vigente en México, la obligación de respetarla debe
entenderse que se extiende a los poderes del Estado.
La libertad de expresión es lo
que permite la creación de la opinión pública, esencial para darle contenido a
varios principios del Estado constitucional, como lo son algunos derechos
fundamentales (por ejemplo el derecho a la información, el derecho de petición
o los derechos en materia de participación política); la existencia de una
opinión pública libre y robusta también es una condición para el funcionamiento
de la democracia representativa.
Los autores intelectuales y los
autores materiales, quienes incurrieron en el atentado a Luces del Siglo, pasaron
por alto estos principios que son sancionados por las leyes. La impunidad y la
omisión, por lo tanto, hacen cómplices a quienes tienen la responsabilidad de
acatar estas disposiciones.
Ya es tiempo de que
abiertamente se diga que la sociedad no tiene por qué apoyar a periodistas que
han desertado de sus deberes esenciales y de sus compromisos frente a la misma
sociedad, cuya inteligencia ofenden con un producto generalmente de baja
calidad ética, y cuyo sentido de justicia violentan con la calumnia, la
injuria, la extorsión y la grosera alabanza bajo estipendio.
En los medios de comunicación
es donde verdaderamente se protege o se acrecienta la libertad de prensa o
donde se le falsifica, se le disminuye o se le niega. Nuestra única
justificación está en participar, con aptitud y entrega, en la tarea de
construir la nueva sociedad civil a la que debemos encaminarnos todos, so pena
de producir, a plazo dramáticamente cercano, una crisis nacional, con
dimensiones de catástrofe histórica.
La historia no nos dejará
mentir, hay casos emblemáticos que han sacudido al país cuando la libertad de
expresión se pone en riesgo. Primero se mutilan las palabras, después se
mutilan las personas. Aquí ahora, recordamos y rendimos homenaje a uno de los
próceres de la libertad de expresión, Don Belisario Domínguez y su magnífico
discurso del 17 de septiembre de 1913, que le costó la vida, y a quien el
usurpador Victoriano Huerta ordenó a sus esbirros cortar la lengua al cadáver
para guardarlo como un "trofeo".
Estas prácticas abominables son
manejadas por grupos fascistas en los peores Estados autoritarios, en las
dictaduras. Desde aquí alertamos a la opinión pública para que no permita que
los ataques a los medios de comunicación se conviertan en un problema de salud
pública, en una segunda naturaleza.
Por todo lo anterior, desde
estas páginas nos dirigimos a nuestros lectores y apelamos a la solidaridad de
los medios. Hemos sido víctimas del asedio y de una campaña recurrente de
denostaciones, han atacado nuestro sitio en internet y lo insólito: falsificar
nuestra publicación suplantando la identidad de nuestros colaboradores y
editores. Esta bajeza no debe quedar impune. Hoy somos las víctimas de estos
abusos inauditos y criminales, como ha ocurrido con otros medios de Quintana
Roo, por eso recordamos las palabras del poeta y pastor protestante encarcelado
en la época nazi Martin Niemöller (achacadas erróneamente a Bertolt Brecht):
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no
dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque
yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada
porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no
quedaba nadie que dijera nada".
Por fortuna los periodistas tenemos el azar de
nuestro lado: tarde o temprano todo se sabe. En Luces del Siglo
sólo nos resta preguntar: ¿Ahora qué sigue?
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